Cuentos de mi abuelo (serie)
El o al GIL (título)
… No serían las cuatro de la tarde del mes de
noviembre cuando le di la mano a mi abuelo y comenzamos a caminar. Caía un
calabobos y yo estaba más bien inquieto pero mi abuelo precisaba el paseo para
quemar azúcar.
-
Horacio, no reniegues que te voy a contar lo que
hacíamos los amigos en mi época, cuando llovía, me dijo mi abuelo.
-
Me imagino, que lo más normal es que os pusieseis a
cubierta, ¿no te parece, abuelo?
-
Pues no,
chiquillo. Las calles de entonces no estaban enfastás y al llover se hacía
barro. Entonces nos juntábamos unos amigos a jugar al “GIL”. Nada,
nada, no me preguntes y ten paciencia que te lo voy a explicar pero
tranquilamente. El juego consistía en que cada participante, entre cuatro o
cinco, hacía como un cenicero de barro.
La técnica del mismo consistía en hacerlo de manera que el fondo fuese lo más
fino posible y los bordes o paredes lo más resistentes para que al estamparlo
contra el suelo no se rompiesen los bordes y sí el culo.
-
Abuelo,
si no te explicas mejor, no entiendo ni mu.
-
Pues
atiende y espera que ahora va lo bueno. Cuando ya teníamos hecho el ‘cenicero’, pedíamos turno y a continuación lo
estampábamos contra la acera. La presión
del golpe hacía que se rompiese por el culo y entonces cada jugador tenía que
hacer una chapa de su barro equivalente al roto y así pagaba su deuda.
-
Abuelo, y
entonces, qué.
-
Pues
mira, nietecico, íbamos tirando por turno pero una vez establecidas las veces
que íbamos a tirar y por turno, ganaba quien más barro había aculado.
-
Entonces,
con el barro acumulado, el ganador lo vendía y se compraba chuches, ¿no abuelo?
-
Vamos
anda, tienes cosas de peón caminero. Eran otros tiempos y en aquella época no
había chuches ni dinero para comprarlas, salvo algunos riquicos que había en el
pueblo. Las chuches, que vosotros llamáis ahora, más frecuentes y accesibles a
nuestros bolsillos de entonces eran peladillas de anís, caramelos, cuernos de merengue
y, sobre todo, caramelos hechos en la propia casa con azúcar tostada como una
especie de piruleta
-
Abuelo,
¿Y cómo establecíais el turno de jugada?
-
Pues
mira, chiquillo, de dos maneras. Una, alzando la mano y aceptando quién la
elevaba primero, segundo, etc. y la otra, la más frecuente, escondiendo una
china entre la manos y poniendo los puños cerrados detrás. Se mostraban los
puños cerrados al oponente y si acertaba dónde estaba la china, era él quien
tiraba primero. Ese rito se iba repitiendo entre parejas.
-
Abuelo,
después de la partida, a la fuente del pueblo a lavarse las manos, ¿No es así?
Porque me imagino que terminaríais buenos de barro.
-
Pues no,
querido. Tras el juego, a la acequia mayor del pueblo a lavarse y santas
pascuas.
-
Abuelo,
me estoy cansando y ya no aguanto más.
A pesar de lo cascarrabias que era, me trataba como un rey. Entonces nos
sentamos sobre una margen, mi abuelo me acurrucó en su regazo debajo de un puente
y me dormí. A lo lejos oí como un campanilleo de mulas, salté como asustado. Al
sobresaltarme, mi abuelo me preguntó:
-
Horacio,
¿Dónde estabas?
Por Victorio Navarro Vigueras
Viejo, calvo y loco
maestro
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