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sábado, 3 de noviembre de 2012

Cuentos de mi abuelo ( El o al GIL). 1ª Edición en NABUENSA directamente


Cuentos de mi abuelo (serie)
 


 

El o al GIL (título)
 
 

No serían las cuatro de la tarde del mes de noviembre cuando le di la mano a mi abuelo y comenzamos a caminar. Caía un calabobos y yo estaba más bien inquieto pero mi abuelo precisaba el paseo para quemar azúcar.

-         Horacio, no reniegues que te voy a contar lo que hacíamos los amigos en mi época, cuando llovía, me dijo mi abuelo.

-         Me imagino, que lo más normal es que os pusieseis a cubierta, ¿no te parece, abuelo?

-          Pues no, chiquillo. Las calles de entonces no estaban enfastás y al llover se hacía barro. Entonces nos juntábamos unos amigos a jugar alGIL. Nada, nada, no me preguntes y ten paciencia que te lo voy a explicar pero tranquilamente. El juego consistía en que cada participante, entre cuatro o cinco,  hacía como un cenicero de barro. La técnica del mismo consistía en hacerlo de manera que el fondo fuese lo más fino posible y los bordes o paredes lo más resistentes para que al estamparlo contra el suelo no se rompiesen los bordes y sí el culo.

-         Abuelo, si no te explicas mejor, no entiendo ni mu.

-         Pues atiende y espera que ahora va lo bueno. Cuando ya teníamos hecho el ‘cenicero’, pedíamos turno y a continuación lo estampábamos  contra la acera. La presión del golpe hacía que se rompiese por el culo y entonces cada jugador tenía que hacer una chapa de su barro equivalente al roto y así pagaba su deuda.

-         Abuelo, y entonces, qué.

-         Pues mira, nietecico, íbamos tirando por turno pero una vez establecidas las veces que íbamos a tirar y por turno, ganaba quien más barro había aculado.

-         Entonces, con el barro acumulado, el ganador lo vendía y se compraba chuches, ¿no abuelo?

-         Vamos anda, tienes cosas de peón caminero. Eran otros tiempos y en aquella época no había chuches ni dinero para comprarlas, salvo algunos riquicos que había en el pueblo. Las chuches, que vosotros llamáis ahora, más frecuentes y accesibles a nuestros bolsillos de entonces eran peladillas de anís, caramelos, cuernos de merengue y, sobre todo, caramelos hechos en la propia casa con azúcar tostada como una especie de piruleta

-         Abuelo, ¿Y cómo establecíais el turno de jugada?

-         Pues mira, chiquillo, de dos maneras. Una, alzando la mano y aceptando quién la elevaba primero, segundo, etc. y la otra, la más frecuente, escondiendo una china entre la manos y poniendo los puños cerrados detrás. Se mostraban los puños cerrados al oponente y si acertaba dónde estaba la china, era él quien tiraba primero. Ese rito se iba repitiendo entre parejas.

-         Abuelo, después de la partida, a la fuente del pueblo a lavarse las manos, ¿No es así? Porque me imagino que terminaríais buenos de barro.

-         Pues no, querido. Tras el juego, a la acequia mayor del pueblo a lavarse y santas pascuas.

-         Abuelo, me estoy cansando y ya no aguanto más.

A pesar de lo cascarrabias que era, me trataba como un rey. Entonces nos sentamos sobre una margen, mi abuelo me acurrucó en su regazo debajo de un puente y me dormí. A lo lejos oí como un campanilleo de mulas, salté como asustado. Al sobresaltarme, mi abuelo me preguntó:

-         Horacio, ¿Dónde estabas?

 

 

Por Victorio Navarro Vigueras

Viejo, calvo y loco maestro

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