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domingo, 12 de junio de 2011

Cuentos de mi abuelo (Jugamos a las bolas). 1ª Edición en NABUENSA Directamente

Cuentos de mi abuelo


JUGAMOS A LAS BOLAS


 

    ... Me cogió de la mano y comenzamos nuestro paseo de las tardes otoñales. Anda que te anda y a recorrer las orillas del pueblo para que mi abuelo, que padecía de glucemia, quemara un poco de energía y no le subiera demasiado el índice de azúcar en la sangre. Pues ya sabéis que muchas de las personas mayores que salen a pasear los suelen hacer para que la glucosa no les suba demasiado. Andando, queman los azúcares que contiene la sangre y así no están expuestos a algún ataque de glucosa.

 

    Mi abuelo era un hombre muy meticuloso y salía a pasear todas las tardes desde que le entró la enfermedad. Ello ocurrió cuando tenía treinta y cinco años. Cuando era más joven, salía él solo o acompañado de algunos amigos. Sin embargo, en este otoño pasado le acompañaba yo porque ya no quedaba ninguno de sus amigos y los pocos de su edad que vivían en el pueblo, o vivían lejos, o no tenían esa necesidad, o no se podían valer. Por lo demás, ya le quedaban pocas energías para seguir el paso de los más jóvenes. También tengo que deciros que él se beneficiaba de mi compañía y yo salía ganado con sus enseñanzas.

 

    Durante aquella tarde andábamos hablando sobre los entretenimientos que solíamos tener los críos de ahora y los de antes. Una vez más, me sentí cansado y mi abuelo me invitó a descansar bajo los ojos de un puente. Mientras yo estaba cogido a su brazo descansando, observé cómo él hacía un hoyo con la punta de su bastón. Cuando lo hubo terminado, se levantó y, cogiendo un poco de barro hizo una canica con la que trató de jugar. Bueno, yo digo canica pero mi abuelo siempre decía bola. Pronunciaba unas palabras tan extrañas para mí que le pregunté:
  • ¿Qué significa "guá", "tute", "chupá", o "pie"? ¿Qué quiere decir eso de "ojo"? Cuando mi abuelo trató de explicarme, yo, como otras tardes, estaba roque. A pesar de ello, oía cómo me decía:
  • Pedro, pon atención y no te despistes.

 

Al instante de darme aquel aviso, vi venir por los aires una esfera a velocidad astronómica. Mi abuelo me invitó a subir en ella. Era divertido volar sobre la esfera pues aquella tarde no corríamos sino que íbamos como danzando. ¡Qué divertido era mi abuelo! Danzábamos, cantábamos, reíamos y, a veces, hasta llorábamos de alegría. De repente y, como quien no quiere la cosa, aparecieron unas cuantas bolas. Mi abuelo, montado sobre una de cristal y con dibujos incrustados, iba dándoles a las otras unos pequeños toques al tiempo que decía chupá, pie, tute, guá. Como si me hubiese puesto una cinta de vídeo, me encontré de repente en una plaza llena de chiquillos jugando a las bolas. Habían hecho un hoyo en el suelo y jugaban cinco a la vez. Primero tiraba uno y tenía que darle a otro. Entonces era "chupá". El segundo toque era "pie" y para que fuese válido tenía que caber el pie, de forma trasversal, de algunos de los jugadores entre ambas bolas. En tercer lugar era "tute", lo cual suponía que una vez dado el tute tenía que tirar al guá. Si conseguía introducir la bola en el hoyo, ganaba una bola al contrario. Pero no acababa todo ahí pues si el que tiraba era experto y tenía un poco de suerte, podía simultanear con varios jugadores a la vez.

 

En aquella plaza había muchos niños jugando. Pero lo que más me llamó la atención fue la bola desde el ojo. Este juego es de lo más original que yo he visto. Uno ponía la bola en el suelo y el que tiraba o tenía mano acomodaba la del contrario entre las puntas de sus pies, ponía la suya entre sus dedos índice y pulgar, la colocaba debajo de su ojo y la dejaba caer sobre la del competidor. Si la tocaba, había ganado la bola. Si no la tocaba, la había perdido. En este caso, tiraba el contrario.

 

Estando yo tan fuera de mí viendo aquellos juegos tan entretenidos, tan originales, tan baratos, tan inofensivos y tan atractivos, oí un griterío. Unos niños trataban de hacer trampa y otros se rebelaron. De inmediato se enzarzó una pelea y empezaron a tirarse las bolas unos a otros. Las bolas volaban por los aires como proyectiles. Estando en la refriega vi venir por los aires una de aquellas bolas lanzadas por uno de los contendientes, le dio a la bola de cristal sobre la que cabalgamos mi abuelo y yo. Se hizo mil añicos. Del sobresalto empecé a darle puñetazos a mi abuelo. Entonces él, que cuidaba mis descansos como centinela en guardia, me dijo:
- Pedro, ¿qué te ha pasado?

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